Spider woman in the front seat, screaming «Go, Go, Go!»

A media mañana los argentinos se bañan en el río para intentar quitarse el calor, pero el agua también está caliente y no les soluciona mucho el problema – aunque se quedan perreando subidos a unos flotadores. Yo quiero ir a ver una cueva que viene en el mapa, pero cuando aviso a Eef y Elisabeth me dicen que hoy quieren día tranquilo, para organizar el resto de su viaje. Así que me voy solo.

Camino hasta que se acaba el pueblo, y luego mucho más. Finalmente llego a un caminito que se abre a un merendero a orillas de un río con una caseta que dice «entrada», pero no hay nadie en la caseta, ni a la vista en ningun sitio. Así que cruzo el río, y localizo una escalera de andamios que podría ser la entrada a la cueva, y un camino bordeando por fuera de la montaña. Pruebo el camino, que se va estrechando entre la maleza hasta desaparecer. Media vuelta, subo a la escalera, y me meto en la cueva. Es pequeñita, sin mucho que ver. Al menos el paisaje kárstico desde lo alto del andamio sí está chulo.

Inicio el paseo de vuelta, pero antes de llegar a la mitad de camino me recoge una furgoneta pickup que me acerca hasta el pueblo. Y entonces me encuentro con los argentinos, que quieren subir a un mirador que hay en lo alto de una de las montañas. Así que media vuelta por la carretera por la que venía, y empezamos a subir por un camino que en seguida se vuelve muy empinado, con puntos donde hay que trepar un poquito. Hartas de sudar, Delfi y Karina deciden que se dan media vuelta, y sólo Juan y yo llegamos hasta arriba del todo. El paisaje es una pasada, pero como es habitual en Asia, hay calima y la visibilidad queda bastante reducida. Bueno, eso, y que después de pasarme el viaje intentando hacer fotos panorámicas, descubrí que ésas mi cámara las guarda en bajísima resolución.

Por la noche el señor Mang nos avisa de que ha organizado una barbacoa para unos chavales que han llegado hoy nuevos al hostal, con verduritas y pescado a la brasa – a comer con palillos, que es un sistema horrible para intentar apartar las espinas.

Y la anécdota más memorable del día la protagoniza una araña gigante, del tamaño de mi mano abierta, que hay por la noche en la habitación de Delfi y Juan, en una esquina pegada al techo. Delfi está tan horrorizada que empieza a sacar su mochila y sus cosas a la terraza, y no quiere oír ni media palabra de dejar a la araña ahí tranquila para que se coma los mosquitos. De modo que terminamos montando un espectáculo para apartar la cama y, subidos a una mesilla, intentar sacudir a la araña con la escoba de la terraza para que caiga en la papelera que hemos rescatado del baño, y poder echarla fuera. Lógicamente, el plan falla estrepitosamente, la araña cae al suelo y corre a esconderse, las chicas empiezan a gritar histéricas, y en medio del descontrol la pobre araña al final acaba espachurrada bajo un zapato.

In this heat, you’ll be sweating out your dignity

Jum, cómo vestirse para ir de boda cuando eres un mochilero en tu tercer mes de viaje. Todas las chicas van divinas con algún vestidito. Los chicos tenemos camisa todos, que no es poco (siempre hay que intentar dar una impresión medianamente decente en las embajadas). Pero el tema calzado, ¡ay! Le consultamos al señor Mang, nuestro anfitrión, qué es peor, si deportivas o chanclas. Nos odia un poco, pero dice que con tal de que vayamos, da igual. Parece que tener invitados caucásicos siempre da caché en una boda en Asia, aunque vayan hechos unos pintas.

También le preguntamos qué podemos llevar de regalo. Se le ve dudar, y al final dice que una caja de cervezas, pero que ya la pone él, que no nos preocupemos. Entonces le planteamos poner un sobre con dinero, que no sabemos si puede suponer algún tipo de problema cultural, pero le encanta la idea – y eso que sorprendentemente nos indica una aportación por cabeza mucho más pequeña de lo que esperábamos, apenas serían dos cervezas por persona.

Subimos todos en un barquito, a otro pueblo más arriba de donde estuvimos ayer. El pueblo es igual de feúcho que el nuestro, pero las montañas de al rededor son igual de bonitas. El señor Mang nos lleva a casa de su familia, donde nos sienta a todos y nos saca un aperitivo de laap, carne picada de búfalo, cruda, macerada en una salsa picante de pescado. A mí me sabe a rayos. Menos mal que hay sticky rice (arroz glutinoso) con el que disimular un par de bocados y quedar bien. Luego se empeña en que nos bebamos unos chupitos de lao-lao, whisky de arroz.

Con esto ya parece que somos aptos para incorporarnos al banquete de bodas, que ya está bien avanzado. Los novios, super emperifollados con coronas y capas coloridas y trajes que parecen disfraces de princesa sacados de unos chinos, nos dan la mano, y luego nos aparcan en una mesa en un lateral, toda para nosotros. De beber hay refrescos calientes y cerveza caliente. Al menos, luego traen hielos para la cerveza, que se derriten casi instantáneamente porque hace un calor horrible. Al parecer lo de la cerveza aguada es una combinación que los locales buscan con gusto, ya que te permite beber más tiempo sin emborracharte tanto, y además te hidrata, de manera que luego tienes menos resaca. De comer nos sacan más laap, una verduras picantes, y al menos, un plato de mandarinas, que es lo único que triunfa.

Tienen una banda con una música horrible. Y cuando pensábamos que no podía ser peor, la banda se acaba, encienden un karaoke, y empiezan a cantar los invitados. Mira que yo no tengo oído musical, pero nunca he escuchado cantar tan mal, tan fuera de tono, con gallos y alaridos. Aterrador. Cada nuevo cantante es aún peor que el anterior, y nosotros estamos por los suelos de la risa – pero los laoeses parece que se lo están pasando de vicio, y piden más cuando un cantante amaga con sentarse.

En general, las canciones son lentas y sosas, y la manera de bailar es en dos corros, uno de hombres y otro de mujeres, que giran lentamente con pasitos muy cortos, mientras te balanceas levemente de un pie a otro, y giras las manos de izquierda a derecha, muy despacito. Un rollo patatero, dentro vídeo. Sólo hubo dos canciones en todo el día que se salieran de ese patrón, con una coreografía super elaborada de pasos que te llevaban dando vueltas sobre ti mismo, con todo el mundo sincronizado como si bailaras el Saturday Night. Intentamos apuntarnos, pero para cuando estamos empezando a cogerle el tranquillo, se acaba la canción y volvemos a los corros sosos, no hay manera. Dentro vídeo 2.

El calor es insoportable, y la boda es un rollo. Hacemos mil chistes sobre todo lo que estamos sudando. Aprendo a abrir una cerveza con un palillo de comer (nada sofisticado, clavas la chapa en el palillo, y haces fuerza bruta). Intentamos mantener el tipo, pero cada vez se nos nota más que estamos ya hartos de estar allí sentados en plan pegote. Me echaría una siesta, si no fuera por los alaridos del karaoke. Al menos, no somos los únicos aburridos. Poco a poco las mesas se van vaciando, con invitados que desaparecen. De camino a los baños, veo gente tirada a la sombra roncando felizmente. Qué envidia. Los paseos al baño empiezan a alargarse, convirtiéndose en mini excursiones por el pueblo, y en mi turno llego hasta una tienda donde compro unos cacahuetes y unos chips de banana con los que entretener el estómago.

Finalmente localizamos al señor Mang, que va chucísimo y que dice que se va a quedar aquí de fiesta y a dormir la mona, pero que nos acompaña al barco para que nosotros volvamos a casa (a jugar al Kaboo). Es la última noche de Chris y David, que mañana tiran hacia Dien Bien Fu, en Vietnam. Mis siete amigos hacen un grupo de whatsapp para seguir en contacto [Chris y David terminarán reencontrándose con Karina en HoiAn] y pasarse las fotos, pero yo me quedo sin ellas, claro :-/

We don’t have to worry ‘bout nothing, ‘cause we got the fire and we’re burning one hell of a something

El amigo de los argentinos, que se iba ya hoy, nos habló de un trekking que hizo río arriba que terminaba en una cascada. Juan tiene la misma aplicación de mapas offline que me recomendó Edu en Birmania (¡tengo que empezar a usarla!), y efectivamente hay un punto marcado como cascada – en mitad de una gran zona verde, sin ningún camino. Bah, seguro que no puede ser muy difícil de localizar.

Los ocho (las flamencas, los argentinos, los alemanes y yo) cruzamos el río para ir a una tienda de alquiler de bicicletas, y allá que vamos. Por primera vez, las bicis tienen marchas, y en seguida entendemos por qué, nada más llegar a la primera cuesta. Donde antes todo eran risas y carreras, ahora la mitad del equipo se baja y directamente empuja las bicis cuesta arriba mientras echa pestes. Yo mantengo el tipo al subir, buenos turbomuslos, pero bajar es otra historia, que cuesta abajo me embalo que da miedo. Tampoco tardamos en llegar al primer arroyuelo, donde todos se quitan rápidamente sus chanclas, y yo tengo que descalzarme, quitarme los calcetines, cruzar, secarme, volver a calzarme, y seguir. Empieza a ser un poco rollo, sí.

Y entonces, cuando ya llevamos casi una hora de camino, a Juan se le sale la cadena de la bici. Bueno, es cuestión de pringarse un poco, pero la colocamos en su sitio. Y se vuelve a salir. La volvemos a colocar. Y a la tercera no es que se salga: es que se parte. Y para eso ya sí que no hay arreglo, y estamos, cómo no, en medio de la nada. Como parece que aquí está más llano, Juan se dedica a impulsarse y rodar lo que dé de sí la inercia. En un acto de generosidad le ofrezco cambiarle la bici, que siempre será menos grave que lo vaya haciendo yo con mis zapatillas que él en chanclas. Una cosa que mola de los grupos internacionaes sin ningún inglés nativo son los malentendidos lingüísticos. Tenemos un momento gracioso al confundir una city bike (en oposición a mountain bike), con una shitty bike cuando se le rompe la cadena y efectivamente es una mierda.

Para completar la escena, empezamos a ver humo y a oír algo que no sabemos si son disparos o explosiones (tengo un vídeo), y encima parece que vamos directos a su origen. Empezamos a ver zonas carbonizadas, y no sabemos si es un fuego controlado, en plan quemar los campos para cambiar de cosecha (que con la inclinación de la ladera no tiene pinta), operaciones de desbroce y limpieza para prevenir incendios (también se ve humo en la otra orilla), o si es algo completamente fuera de control. Llegamos a donde está el fuego activo, y al menos vemos un grupito de señores trabajando, aunque sigue sin quedarnos claro si en apagarlo o en propagarlo. El caso es que la humareda es importante, y nos dicen que crucemos rápido para salir del paso – lo que no es tan fácil cuando vas en la bici sin cadena, vaya.

Y cuando ya no nos acordábamos ni de a dónde íbamos, llegamos a un pueblo de casitas de bambú trenzado. ¡Bien, una tienda, agua, agua! Pues no, no hay agua. Cerveza caliente, o cocacola caliente, al gusto. Aún así, después del ejercicio y el calor, lo mismo nos da, caen con ganas.

Aparcamos las bicis, y preguntamos por la cascada, a lo que nos señalan un camino. A los pocos metros hay una especie de puesto que anuncia «guía a la cascada, 50.000». Pasando de pagar, y total, no hay nadie. Además, el camino viene muy bien marcado. Bordeamos un par de campos con búfalos de agua, y entonces el sendero se bifurca. Mirando el mapa, vamos a probar por aquí. Avanzamos un poco más, y una nueva bifurcación. Y otra. Y ya no parece que vayamos en la dirección correcta. Antes de perdernos del todo, decidimos dar media vuelta, y contratar un guía – que nos lleva exáctamente por el mismo camino por el que íbamos, sólo había que tener un poco más de paciencia. Eso sí, pasados los campos se mete en el bosque-jungla, y ahí ya sí que se agradece que alguien conozca el camino. Big jungle!, nos dice todo el rato.

¡Y por fin llegamos a la cascada! No tiene mucha agua, pero por supuesto nos metemos a remojo, que además hay una casetilla de bambú para cambiarse de ropa, de lujo. Tenemos otro momento lingüístico en que descubrimos que ninguno sabemos decir «liana» en inglés, pero por suerte en alemán es Liane, y en flamenco liaan. Así da gusto hablar idiomas. Estamos un buen rato descansando, hasta que el guía nos dice que hay que volver porque se hace tarde, que ya son más de las cinco.

Volvemos a las bicis, y nadie parece muy entusiasmado con la idea de pedalear otra vez todo el camino de vuelta mientras se nos hace de noche (queda poco más de una hora de luz), y eso que ellos pueden pedalear; no voy a ser yo quien insista, claro. Así que se nos ocurre un plan B: bajar al río, y preguntar a ver si algún barco nos lleva a casa. El precio es bastante abusivo, y la mitad de la gente no tiene suficiente dinero encima, pero siendo realistas no tenemos más opciones. Menos mal que por aquel entoneces yo aún era rico. Y al menos la vuelta en barco es muy bonita (y se agradece poder ir sentado).

Pero la historia no termina todavía aquí. Ya de noche vamos a la tienda a devolver las bicicletas, e intentan decirnos que tenemos que pagar por la cadena. ¡Anda ya! Pero si me has alquilado una bici rota, me has estropeado mi excursión, y encima he tenido que volver en barco pagando extra. ¡En todo caso serás tú quien tiene que indemnizarme a mí! Y entonces el dueño (que no estaba esta mañana) nos mira, y nos pregunta que dónde nos alojamos, y al decírselo se echa a reír: es también el dueño de nuestro hostal, el tipo con el que hablamos por teléfono. Dice que cuando le llamaron estaba intentando dormir la mona de todas las fiestas de año nuevo, y que no sabía de qué le hablábamos y sólo quería volverse a la cama, así que nos dijo que sí a cualquier precio con tal de que le dejáramos en paz (1). Dice que le estamos arruinando el negocio, pero que le caemos bien, así que si mañana no tenemos otro plan, estamos invitados a la boda de su prima XD

(1) Chris y David me preguntan discretamente en alemán que cuánto estamos pagando por la habitación, que no llega a un tercio de lo que pagan ellos. Intentan disimularlo, pero lógicamente no les sienta muy bien.

So put some spice in my sauce, honey in my tea, an ace up my sleeve and a slinky plan B

Jojo y Palmer se quedan en Luang Prabang, esperando a que pasen los festivos y abra el consulado de Tailandia, para pedir un visado de tres meses, que van a hacer un voluntariado. Eef y Elisabeth van a ir a un pueblecito en el norte, junto a un río, que se supone que es muy bonito. Yo estoy pendiente de ver si el tiempo mejora en Huay Xai y puedo volver a hacer lo de las tirolinas, así que mientras tanto me apunto a ir con ellas, por qué no.

Y estamos esperando en la estación de autobuses, cuando aparece un tipo y me pregunta que si sé cuál es el bus a Nong Khiaw. Sí, justo el nuestro, llega en 20 minutos. Ah vale, muchas gracias. A lo que Eef me pregunta que qué me ha dicho. Y entonces caigo en que me ha hablado directamente en español. Que a ver, hablando inglés tengo mi acento, pero nunca me había pasado que me abordaran con tanta seguridad. Me acerco a preguntar, y me dice que es que ya hablamos hace un par de días, cuando llegué a Luang Prabang y andaba buscando hostal. ¡Anda, es verdad! Una pareja de argentinos, Juan y Delfi, ahora con su amiga Karina.

El autobús en verdad es una furgonetilla de esas incómodas de romperse el cuello donde vamos todos apretados con otra media docena de personas. Llegamos al pueblo justo a la hora de la siesta, y no se ve a nadie en las calles. Finalmente encontramos un hostal donde hay una mujer, pero que saca un teléfono y llama a alguien para que hable con nosotros. Con mucho descaro, Juan le dice que puesto que somos muchos, nos tiene que hacer un descuento en las habitaciones, y tras un breve regateo, consigue tres dobles a muy buen precio (y comparto habitación con Karina).

Salimos a intentar buscar algo de comer (está todo cerrado), y los argentinos avisan a un amigo que tienen aquí que es el que les ha dicho que se vengan porque es muy bonito. Nos damos una vuelta por el pueblo, que sólo son dos calles y el puente sobre el río, pero las vistas de las montañas son preciosas.

Para la cena también damos mogollón de vueltas, hasta que terminamos en el único sitio abierto: un restaurante hindú. Pido un chicken korma, que suele ser un curry dulce con leche de coco, pero no se parece en nada. Además, ¿por qué es la comida hindú tan cara en otros países, cuando en India se supone que está tirada?

Volvemos a casa, y aprovechando que Juan tiene cartas, nos ponemos a jugar al Kaboo en la terraza de las habitaciones. Con seis personas es divertidísimo, porque cuesta mantenerse atento a todos los cambios de cartas y conseguir recordar cuáles son las tuyas – y donde acaban según te las van robando. Hay mogollón de errores y equivocaciones, y somos unos escandalosos con las peleas, los golpetazos sobre la mesa, y las risas. Tanto, que al final suben los vecinos de abajo – a preguntar que si se nos pueden unir, que suena muy divertido 🙂

Son Chris(tiane) y David, una pareja de alemanes muy graciosos, y que lo flipan con nosotros. Para poder jugar los ocho tenemos que juntar dos barajas de cartas, y ahora sí que el descontrol es total. Además, tenemos un momento revelación de esos de «si hay que darle la vuelta al mazo, es que ya han salido todos los comodines, y eso significa alguien los tiene guardados», y empezamos a robar y levantar cartas a lo loco. Terminamos llorando de la risa y nos dan las tantas de la mañana, en una noche muy memorable 🙂