To celebrate the fact that we’ve seen the back of another black day

Vale, hoy (y no ayer) es el día en que conocemos a los franceses, que también se van de Ventianne con nuestro mismo objetivo: visitar la cueva de Kong Lor. No hay buses desde la estación a donde llegamos ayer (imagino que será la «norte»), nos toca ir a otro sitio, y una vez allí tampoco salen buses a la ciudad de Thakhek, pero sí encontramos uno a un pueblo que hay antes, que es donde se coge el desvío para la cueva, perfecto. Salvo porque tras los retrasos habituales, para cuando llegamos al desvío ya es de noche – y encima llueve. Encontramos un tuktuk que nos lleva hasta el pueblecillo, pero lógicamente aprovecha a cobrarnos un pastizal. No estamos en situación de negociar.

En el pueblecillo de Nahin buscamos alojamiento, pero no hay muchas opciones, la mayoría no tiene habitaciones libres, y al final nos toca quedarnos en un sitio super cutre. Al menos consigo que me hagan un descuento por mi habitación doble, ya que sólo soy uno. Es una cabañita con las paredes de bambú trenzado y el suelo de cemento visto. Las ventanas no tienen cristales. Pero lo verdaderamente horrible es el baño, con un váter de los de acuclillarse sobre un agujero, sin lavabo ni ducha, con tan solo un grifito en la pared a 20 cm del suelo. Está claro que hoy no es un buen día (he comido un «sandwich de tropezones cárnicos, creo que tripas, asqueroso, tiro la mitad»). Salimos de nuevo en busca de cena, y terminamos en el primer hostal donde hemos preguntado, que tiene restaurante. Nos pegan una clavada por un curry, el doble de precio que en Vang Vieng (que ya no era barato), pero al menos está rico.

Y entonces, sorpresa, me encuentro con Mikko el finlandés y su amigo sin nombre, los de Huay Xai. De algún modo, parece que van coleccionando pueblos sosos, porque ya llevan varios días también aquí, disfrutando de ¿la nada? (aún no han ido ni a la cueva). Dicen que les gusta porque es muy tranquilo. Y tanto: a falta de mapaches, hay vacas rebuscando en los cubos de la basura…

Mención especial a un autobús decorado con muñecos de Michelín sentados en pose de buda, y con sombrero mejicano (los rojos).

Cast all the school and meditation built to soften the times, and hold us at the center while the spiral unwinds

Laos es un país muy alargado, y Vang Vieng es lo último interesante en el norte. Pero antes de poder llegar al siguiente destino en el sur, es inevitable hacer una parada técnica en Vientianne, la capital del país, que está en el medio. Imaginad si tiene poco atractivo, que la Lonely Planet que todo lo exagera, lo mejor que tiene que decir de toda la ciudad es que vayas hasta allí para comerte un cruasán. Pues mira, no es a lo que he venido a Asia, la verdad. Pero pillamos un bus (de asientos, pero minibús, vamos totalmente apretados, horrible), y allí que nos plantamos.

Nos recorremos media ciudad intentando buscar un hostal. Por el camino conocemos a una pareja de franceses, y en un hostal donde me asomo a preguntar me encuentro a una Julie (francesa también; se ve que ellos sí vienen a por los cruasanes) que tengo apuntada en el cuadernito, y que también apunté en Luang Prabang, pero que no recuerdo en absoluto. En cualquier caso, no me quedo en su hostal, por estar más cerca de Benoîte y Xia.

Comemos algo, y para aprovechar la tarde, vamos al extravangate «Buddha Park». En algún momento después de la guerra alguien tuvo a bien pensar en reconstrucción, y regaló a Laos mogollón de cemento, con la intención de que hiciera pistas de aterrizaje, como la de Vang Vieng. Pero el proyecto en Ventianne parece que no salió adelante, y el cemento estaba allí, y al final un señor motivado decidió que lo iba a utilizar para hacer unas estatuas gigantes de Buda. Y bueno, ya que estaba, también se puso a hacer un puñado de demonios y monstruitos estrambóticos. Y la verdad es que molan.

Por la noche nos damos un paseo por la orilla del río, y hay un mercadillo, pero sin puestos de comida. Terminamos en un restaurante turístico de carta con fotos, pidiendo una sopa de tallarines de sobre, pero con pato. Luego encontramos un segundo mercado nocturno, pero que tampoco tiene nada interesante, y antes de que terminemos la vuelta, se pone a llover.

And we’re rollin’, rollin’, rollin’ on the river

Si Vang Vieng es famoso en el circuito mochilero, no lo es tanto por los bares donde poder ver Friends, sino sobre todo por el «tubing»: montarte en un flotador y tirarte río abajo – con un matiz: que desde los bares de las orillas te van pescando para que subas, bebas, y saltes de nuevo al agua desde columpios, toboganes y tirolinas. Todo muy divertido, hasta que la gente borracha (y a menudo drogada) cae sobre las rocas y se abre la cabeza o se cae en los rápidos del río y se ahoga (el ratio es un turista fallecido al mes). Periódicamente las autoridades cierran los bares, y poco a poco vuelven a abrirlos de forma más controlada, hasta que todo degenera otra vez.

Así que en vez de ir a los bares, Benoîte, Xia y yo decidimos apuntarnos a una excursión para hacer tubing dentro de una cueva, y luego bajar el río en kayak. Al llegar a la cueva se empeñan en enseñarnos una roca con forma de elefante, y un par de chorradillas más contándonos historietas, que al final se ve que es relleno para estirar el tiempo y que no se note que el tubing es en verdad muy cortito. Nos subimos en nuestros flotadores armados con linternas frontales y cascos (para las estalactitas, pero sólo para los occidentales; no sé si por ser más altos, o por el potencial a que les denunciemos en caso de accidente), y nos metemos para adentro remando con las manos.

Al principio hay margen de sobra, pero en seguida la caverna se estrecha y a tramos el techo baja peligrosamente. A modo de videojuego, hay veces en que el camino se bifurca en galerías con columnas, y tienes que intentar decidir rápidamente qué lado va a tener el techo más alto. Y si te equivocas, te puede llegar a tocar coger aire y sumergirte un poco para poder pasar (también hay gente que se tira al agua descaradamente). Es una experiencia muy graciosa, y además la cueva es muy chula. La lástima es que el recorrido es muy cortito y se acaba en seguida.

Para la segunda parte nos montamos en kayaks por parejas (yo voy con Céline, una canadiense muy maja), y tiramos río abajo. Hacemos una parada en una tirolina y unos cuantos saltan al agua desde un par de metros de altura (yo no, que mis costillas aún se acuerdan del planchazo de Tailandia). Luego nos picamos con intentar salpicarnos, que lógicamente evoluciona en intentar hacernos volcar, y me suena que al final conseguimos tirar al agua a uno de los guías, que van en kayaks individuales. Según vamos llegado al pueblo, empiezan a aparecer los bares, y efectivamente nos indican que paremos en uno. En fin, nos tomamos una cocacola, e incluso jugamos un poquito al voleibol, hasta que empiezan a aparecer los del tubing de verdad, con ganas de fiesta, y en los bares ponen música chunda chunda a todo trapo. Hora de volver a casa.

Puesto que nos hemos saltado la comida, para cenar nos ponemos en plan occidental y pedimos hamburguesas, y como son tan pequeñitas, al final pedimos también una pizza a compartir (sin happy). Me intentan engañar otra vez para ir luego de bares, pero yo ya doy por cumplida mi cuota para este país. Es una lástima, porque Vang Vieng, sin la escena fiestera, sería un lugar maravilloso para vivir una temporada.

So no one told you life was gonna be this way

Llegamos a Vang Vieng con el amanecer, poco antes de las seis de la mañana. El autobús nos suelta en lo que tiene toda la pinta de ser una antigua pista de aterrizaje, un poco raro. Los belgas tienen reservada una habitación doble en un hotelito mono. El francés (Guillaume) tiene unos amigos alojados en nosedonde, y yo tiro al hostal más barato del pueblo. Lógicamente no les hace mucha gracia que llegue tan temprano, pero me permiten dejar la mochila en la recepción, para entrar luego a la habitación a mediodía.

Así que me voy a dar una vuelta por el pueblo. Toda la zona de Vang Vieng son montañas kársticas muy bonitas, aunque lo que más me llama la atención es algo que ya me habían advertido, pero que no me terminaba de creer que pudiera ser verdad: todos los bares y restaurantes del pueblo tienen la tele puesta con episodios de Friends. Todo el día, de la mañana a la noche. Cada uno episodios y temporadas distintos, de modo que puedes ir haciendo zapping de bar en bar en busca de tu episodio favorito. Y aunque los hayas visto ya miles de veces, o precisamente por eso, es condenadamente difícil desengancharse de la pantalla. Da igual la hora del día, siempre hay un rebaño de zombies embobados viendo Friends en Vang Vieng. Ni que decir tiene, es un plan estupendo para una mañana en la que no has dormido y estás simplemente haciendo tiempo para poder entrar a tu hostal, ducharte y empezar a sentirte algo más humano.

Tras el check-in, quedo con Benoîte y Xia, compramos unos bocatas para llevar y alquilamos unas motos para ir a ver una cueva que tienen fichada. Por el camino tenemos que cruzar un puente de maderos de aspecto un poco intimidante, y por el que hay que pagar un peaje – al menos si eres occidental. Y en una de estas, va y se me cae el retrovisor de la moto, que parece que tenía el enganche completamente oxidado :-S Lo echo al maletero de la moto, y seguimos (en la tienda no me pusieron pegas luego). Finalmente llegamos a una especie de parque acuático llamado «la laguna azul», donde hay varias pozas/piscinas en el río (con un agua de color azul turquesa muy bonita y nada sospechosa) y unos merenderos – y allá al fondo, ignorada, la cueva.

Para acceder tenemos que trepar un poco por la fachada (quieras que no, eso ya debe espantar a la mitad de la gente, que viene a Vang Vieng de fiesta), y una vez dentro descubrimos que la cueva no es grande: es enorme. Yo llevo mi linternita de cuerda del Decathlon, que da una iluminación ridícula e insuficiente. Los belgas usan las linternas de sus móviles, y es infinitamente mejor. Dentro de la cueva hace mucho frío, que al principio ilusiona por contraste con el exterior, y luego nos hace arrepentirnos de no haber traído más capas de ropa. Después de varias salas nos topamos con una pared llena de pintadas rupestres modernas, algunas a alturas notablemente sorprendentes. Hay gente muy motivada. También hay un par de aberturas estrechujas por donde puede que siga la cueva, pero no nos atrevemos a seguir explorando.

Al salir, el frío cueveril nos dura apenas cinco minutos, así que nos metemos a remojo. Hay un par de columpios y de lianas para saltar al agua, y hacemos el tonto un rato. Nos encontramos con el francés y sus colegas, y hablamos con más gente. Aquello está lleno de occidentales, y algunos llevan más de una semana tranquilamente perreando aquí, antes de irse a perrear a unas islas que hay en el sur (en el río Mekong; Laos no tiene salida al mar).

Antes de que se haga más tarde, iniciamos el camino de vuelta con la intención de ver el atardecer desde un viewpoint que hemos visto a la ida – pero hay que pagar otra entrada más y ya nos han sableado lo suficiente por hoy. Terminamos dando una vuelta por unos campos a las afueras del pueblo, mientras los belgas me hablan de sus aventuras por Sudamérica, y me cuentan que su gran sueño sería montar una escuela de clown, de malabares y trapecio y cosas así.

Por la noche nos cuesta encontrar comida normal y «triste», porque todo en Vang Vien es «happy», es decir, con marihuana. A final me tomo una sopa de curry con tallarines, buenísima. Yo estoy molido y me quiero ir a dormir, pero los belgas me insisten para que nos asomemos al bar Sakura, famosísimo en el pueblo, a echar un vistazo, porque al parecer hay una hora durante la cual regalan bebidas o nosequé. El lema del bar es «Drink triple. See double. Act single«, con eso lo digo todo. Me suena que nos invitan a unos chupitos, pero el mío lo regalo amablemente. El bar tiene una mesa de billar, así que echo una partida por los viejos tiempos con Alon, pero me retiro tan pronto como puedo, que hay mucho ruido y mogollón de fumadores. Aquí no hay toque de queda, así que toda la noche es un ir y venir de gente en el dormitorio compartido del hostal, aunque estoy tan cansado que ni me inmuto.

When you sleep, where do your fingers go?

Como parece que en el norte va a llover eternamente, paso ya de intentar las tirolinas en Huay Xai. Además, creo que hay otro sitio donde también se pueden hacer luego en el sur. Me junto con Benoîte y Xia, y vamos a las agencias de viajes a preguntar por billetes de autobús a Vang Vien. Sí, es más caro hacerlo así, pero por una vez vamos a ser prácticos, que la estación está demasiado lejos para ir andando, y en tuktuk nos iban a cobrar la diferencia de precio igualmente. Nos dicen que hay un bus a mediodía, así que hacemos una comida temprana, nos recogen en la agencia, y nos llevan a la estación.

Llegamos con media hora de antelación, así que nos sentamos a esperar. Y esperamos, y el bus no viene. Intentamos preguntar, y la única respuesta es seguir esperando. Hay un montón de laoeños también esperando, así que no es que se haya ido sin nosotros. Finalmente aparece un bus, y nos subimos todos. Pero el bus no arranca. Y esperamos, y en el bus hace un calor horrible. Y entonces nos desalojan a todos, porque ese bus no va a salir. Y a esperar de nuevo.

Finalmente, al final de tarde aparece un nuevo bus, que viene ya muy lleno. Echan a unas pocas personas, seleccionan a todos los que teníamos billetes de agencia, y nos mandan para arriba. Con una sorpresa: el autobús no tiene asientos, sino que como es un bus nocturno, tiene camitas, cubículos acolchados para ir tumbados, a compartir cada dos viajeros. Para los belgas, que son pareja, muy bien. Yo me miro con otro francés que estaba esperando, y en fin, es lo que hay. Hay un quinto tipo que tiene que emparejarse con un laotano. Y los que sobran, al pasillo.

Pero como la situación aún no es lo suficiéntemente incómoda, todavía descubro otros dos inconvenientes. Primero, que estamos en la litera de arriba, y la cama no tiene ningún tipo de barandilla, apenas un asita, de manera que si no estoy atento en las curvas, me caigo desde metro y medio de altura, y no mola. La otra, es que los laocenses son de media bastante más bajitos que yo, y las camas están hechas a su tamaño: yo no quepo de largo. El primer rato con las rodillas dobladas hacia arriba es llevadero. Luego necesito estirar las piernas, y la del lado del pasillo, intentando no caerme, todavía tiene un pase. La otra va más jodida, porque queda feo sacar el pie por encima del cabecero de la siguiente cama.

Y esto mientras vamos todos despiertos, pues aún, pero para dormir es inviable. Así que al anochecer miro al francés, que es más bajito y cabe entero, y con ojos amorosos le digo que, sintiéndolo mucho, se vaya haciendo a la idea de que vamos a acabar haciendo la cucharita, no queda otra. Aún así, entre la música atronadora del autobús (que no apagan de noche, para que el autobusero no se quede dormido al volante), las paradas constantes, la tensión de no caerme por la borda, y la de no arrimar demasiada cebolleta con el francés, al final no pego ojo en toda la noche.

In the jungle, the quiet jungle

Me levanto temprano para buscar excursiones por la jungla, pero lo primero que hago es mirar la predicción del tiempo: mañana llueve aquí también. Sinceramente, si llueve, no me apetece dormir al raso, ni siquiera en una tienda de campaña. Me recorro las distintas agencias de viajes, buscando algún trekking de un solo día, y en el camino me encuentro de nuevo con Benoîte y Xia, que también buscan trekking, y que en seguida comparten mi lógica cuando les hablo de la predicción del tiempo, así que hacemos piña para contratarlo juntos.

En varios sitios nos dicen que de un día no hay, porque el parque nacional está lejos, y no da tiempo a llegar a la jungla antes de que toque dar media vuelta para volver en el día. Pero encontramos otro donde nos lo venden encantados, a 100 pavos – aunque como le insistimos mucho con lo del parque nacional y que si nos va a dar tiempo, después de negociar un buen rato, al final se desinfla y nos dice que mira, por 25 pavos nos llevan al lado, a una zona que no es parque nacional (y por tanto nos ahorramos la entrada y por eso es más barato), y que total, para nuestra idea turística de «jungla» de un día, nos sobra y nos basta. Y la verdad es que nosotros tan contentos 🙂

El primer paso es pasar por el mercado para comprar algo de comer (arroz, un par de verduras en salsa, y unos plátanos), y siempre es un buen lugar para sacar unas fotos:

Luego nos subimos en una furgonetilla, y tiramos hacia el norte, a las montañas. Se ve un cartel que anuncia el parque nacional varios kilómetros más adelante, y efectivamente nosotros paramos antes y nos metemos por un senderillo que tiene toda la pinta de ser muy ilegal, con la entrada tapada discretamente con unas ramas. En cualquier caso, el paseo mola, porque sea jungla o no, es todo super exhuberante, con vegetación por todas partes, trepando por los troncos de otros árboles, creciendo directamente desde cualquier resquicio en los troncos. Subimos y bajamos laderas, pasamos por encima, por debajo, y rodeando troncos caídos, cruzamos riachuelos (y me las apaño para meter un pie en el agua), y sudamos por doquier, que parece ser la tónica de este país en el calor de abril.

Mola que a la hora de la comida el guía corta unas hojas de plátano a modo de mantel y de platos, y con el peciolo hace unos palillos. Para aderezar la comida, nos indica un tipo de hormigas culonas a las que puedes espachurrarles el abdomen, y sabe a limón (el ácido fórmico, imagino). ¡Muy rico!, nos dice, pero no nos convence a ninguno. Me quedo con mis chips de banana, recubiertos de azúcar. Luego nos enseña también un refugio de emergencia, hecho con ramas.

Tenemos la sensación de haber dado un par de vueltas en círculos, pero de algún modo salimos de la jungla por unos campos de arroz, donde hay búfalos de agua metidos a remojo.

Y todavía nos da tiempo a volver a casa con un par de horas de luz por delante, así que me acerco al río que atraviesa el pueblo, pero no tiene más que un palmo de agua, y ninguna vista bonita. Eso sí, veo un puente de bambú que me resulta muy curioso:

Por la noche quedo con los belgas para ir al mercado nocturno (pato a la brasa con arroz y un batido), y a pesar de nuestras precauciones meteorológicas, al final nos llueve encima :-/

And the old van is tired and slow, it wouldn’t go

Despedidas emotivas, los argentinos me regalan una baraja de cartas españolas. Cada grupo tira en una dirección distinta, y yo termino en una minivan en dirección a Pak Mong, donde debo hacer transbordo para ir a Luang Namtha, en el norte. Sigue lloviendo donde las tirolinas, pero parece que aquí podría hacer un trekking por la jungla.

En Pak Mong como algo rapidito cerca de la estación de autobuses, porque nadie me deja claro a qué hora va a salir el mío. Y el tiempo pasa. Y yo espero. Y no hay ningún autobús. Es muy desesperante. En algún momento queda claro que no va a haber bus oficial, pero organizan una minivan, que se llena en seguida con 17 personas para 11 asientos oficiales, a pesar de que el precio es el triple de la anterior. Viajamos super apretados y cargados hasta los topes, de modo que cuando llegamos a una zona de la carretera que está en obras, nos desalojan y nos hacen caminar un trecho para que la minivan pueda dar un rodeo y cruzar más aligerada, con menos riesgo de romperse – aunque esto no nos lo explica nadie, claro; es un bájate, sigue al resto de viajeros, y confía en que todo salga bien y no te dejen aquí tirado. Con los distintos retrasos, cuando hacemos una pausa para cenar se les notan las prisas, así que aunque me pido lo más rápido que veo, una sopa que ya tienen hecha, como viene ardiendo no me da tiempo a terminármela.

Finalmente llegamos a la estación de autobuses de Luang Namtha a las ocho, que aquí ya es noche cerrada, y la estación está a 10 kilómetros del centro, al mejor estilo asiático. Normalmente desde la estación cogerías algún tipo de transporte colectivo tipo songthaew, pero a esta hora sólo hay tuktuks de precios estafadores. Me estoy preparando ya para hacer mi clásico «pues me enfado y camino 10 kilómetros a oscuras por la carretera cargando con mochilas y todo», cuando me aborda otra pareja que también venía en la minivan conmigo, Benoîte y Xia, belgas, pero que me tenían muy despistado porque ella es de padres vietnamitas y entonces se confunde mucho con la gente local, y no sabía de que rollo iban.

Compartimos un tuktuk hasta el centro, y dejo mi mochila en su hotel mientras busco un alojamiento barato. Doy muchas vueltas frustrantes, y lo único que veo no es nada barato, y encima es hiper cutre, que mira que a estas alturas ya no soy muy tiquismiquis. Así que ateniéndome a la diferencia de precio, decido quedarme en el mismo hotel que esta gente, que es super pijo y mono y al menos me hace sentir un poco mejor después de un día un tanto patatero y de depresión post-amical.

A pesar de ser ya tardísimo, salgo a buscar algo más de cena, y encuentro un mercado nocturno donde me topo de nuevo a los belgas, y hablamos un poquito. Antes de venir a Asia han pasado seis meses en Sudamérica, así que intentan desempolvar su español conmigo, pero la conversación es muy dolorosa, con todo lo que tardan en pensar cada frase, y lo ininteligible que resulta luego muchas veces – aparte de las diferencias lingüísitcas, cuando «Benito» (como le gusta llamarse en español) me pregunta que si quiero chancho, y le tengo que preguntar qué es eso (cerdo). ¡Qué difícil es hablar el español!

Spider woman in the front seat, screaming «Go, Go, Go!»

A media mañana los argentinos se bañan en el río para intentar quitarse el calor, pero el agua también está caliente y no les soluciona mucho el problema – aunque se quedan perreando subidos a unos flotadores. Yo quiero ir a ver una cueva que viene en el mapa, pero cuando aviso a Eef y Elisabeth me dicen que hoy quieren día tranquilo, para organizar el resto de su viaje. Así que me voy solo.

Camino hasta que se acaba el pueblo, y luego mucho más. Finalmente llego a un caminito que se abre a un merendero a orillas de un río con una caseta que dice «entrada», pero no hay nadie en la caseta, ni a la vista en ningun sitio. Así que cruzo el río, y localizo una escalera de andamios que podría ser la entrada a la cueva, y un camino bordeando por fuera de la montaña. Pruebo el camino, que se va estrechando entre la maleza hasta desaparecer. Media vuelta, subo a la escalera, y me meto en la cueva. Es pequeñita, sin mucho que ver. Al menos el paisaje kárstico desde lo alto del andamio sí está chulo.

Inicio el paseo de vuelta, pero antes de llegar a la mitad de camino me recoge una furgoneta pickup que me acerca hasta el pueblo. Y entonces me encuentro con los argentinos, que quieren subir a un mirador que hay en lo alto de una de las montañas. Así que media vuelta por la carretera por la que venía, y empezamos a subir por un camino que en seguida se vuelve muy empinado, con puntos donde hay que trepar un poquito. Hartas de sudar, Delfi y Karina deciden que se dan media vuelta, y sólo Juan y yo llegamos hasta arriba del todo. El paisaje es una pasada, pero como es habitual en Asia, hay calima y la visibilidad queda bastante reducida. Bueno, eso, y que después de pasarme el viaje intentando hacer fotos panorámicas, descubrí que ésas mi cámara las guarda en bajísima resolución.

Por la noche el señor Mang nos avisa de que ha organizado una barbacoa para unos chavales que han llegado hoy nuevos al hostal, con verduritas y pescado a la brasa – a comer con palillos, que es un sistema horrible para intentar apartar las espinas.

Y la anécdota más memorable del día la protagoniza una araña gigante, del tamaño de mi mano abierta, que hay por la noche en la habitación de Delfi y Juan, en una esquina pegada al techo. Delfi está tan horrorizada que empieza a sacar su mochila y sus cosas a la terraza, y no quiere oír ni media palabra de dejar a la araña ahí tranquila para que se coma los mosquitos. De modo que terminamos montando un espectáculo para apartar la cama y, subidos a una mesilla, intentar sacudir a la araña con la escoba de la terraza para que caiga en la papelera que hemos rescatado del baño, y poder echarla fuera. Lógicamente, el plan falla estrepitosamente, la araña cae al suelo y corre a esconderse, las chicas empiezan a gritar histéricas, y en medio del descontrol la pobre araña al final acaba espachurrada bajo un zapato.

In this heat, you’ll be sweating out your dignity

Jum, cómo vestirse para ir de boda cuando eres un mochilero en tu tercer mes de viaje. Todas las chicas van divinas con algún vestidito. Los chicos tenemos camisa todos, que no es poco (siempre hay que intentar dar una impresión medianamente decente en las embajadas). Pero el tema calzado, ¡ay! Le consultamos al señor Mang, nuestro anfitrión, qué es peor, si deportivas o chanclas. Nos odia un poco, pero dice que con tal de que vayamos, da igual. Parece que tener invitados caucásicos siempre da caché en una boda en Asia, aunque vayan hechos unos pintas.

También le preguntamos qué podemos llevar de regalo. Se le ve dudar, y al final dice que una caja de cervezas, pero que ya la pone él, que no nos preocupemos. Entonces le planteamos poner un sobre con dinero, que no sabemos si puede suponer algún tipo de problema cultural, pero le encanta la idea – y eso que sorprendentemente nos indica una aportación por cabeza mucho más pequeña de lo que esperábamos, apenas serían dos cervezas por persona.

Subimos todos en un barquito, a otro pueblo más arriba de donde estuvimos ayer. El pueblo es igual de feúcho que el nuestro, pero las montañas de al rededor son igual de bonitas. El señor Mang nos lleva a casa de su familia, donde nos sienta a todos y nos saca un aperitivo de laap, carne picada de búfalo, cruda, macerada en una salsa picante de pescado. A mí me sabe a rayos. Menos mal que hay sticky rice (arroz glutinoso) con el que disimular un par de bocados y quedar bien. Luego se empeña en que nos bebamos unos chupitos de lao-lao, whisky de arroz.

Con esto ya parece que somos aptos para incorporarnos al banquete de bodas, que ya está bien avanzado. Los novios, super emperifollados con coronas y capas coloridas y trajes que parecen disfraces de princesa sacados de unos chinos, nos dan la mano, y luego nos aparcan en una mesa en un lateral, toda para nosotros. De beber hay refrescos calientes y cerveza caliente. Al menos, luego traen hielos para la cerveza, que se derriten casi instantáneamente porque hace un calor horrible. Al parecer lo de la cerveza aguada es una combinación que los locales buscan con gusto, ya que te permite beber más tiempo sin emborracharte tanto, y además te hidrata, de manera que luego tienes menos resaca. De comer nos sacan más laap, una verduras picantes, y al menos, un plato de mandarinas, que es lo único que triunfa.

Tienen una banda con una música horrible. Y cuando pensábamos que no podía ser peor, la banda se acaba, encienden un karaoke, y empiezan a cantar los invitados. Mira que yo no tengo oído musical, pero nunca he escuchado cantar tan mal, tan fuera de tono, con gallos y alaridos. Aterrador. Cada nuevo cantante es aún peor que el anterior, y nosotros estamos por los suelos de la risa – pero los laoeses parece que se lo están pasando de vicio, y piden más cuando un cantante amaga con sentarse.

En general, las canciones son lentas y sosas, y la manera de bailar es en dos corros, uno de hombres y otro de mujeres, que giran lentamente con pasitos muy cortos, mientras te balanceas levemente de un pie a otro, y giras las manos de izquierda a derecha, muy despacito. Un rollo patatero, dentro vídeo. Sólo hubo dos canciones en todo el día que se salieran de ese patrón, con una coreografía super elaborada de pasos que te llevaban dando vueltas sobre ti mismo, con todo el mundo sincronizado como si bailaras el Saturday Night. Intentamos apuntarnos, pero para cuando estamos empezando a cogerle el tranquillo, se acaba la canción y volvemos a los corros sosos, no hay manera. Dentro vídeo 2.

El calor es insoportable, y la boda es un rollo. Hacemos mil chistes sobre todo lo que estamos sudando. Aprendo a abrir una cerveza con un palillo de comer (nada sofisticado, clavas la chapa en el palillo, y haces fuerza bruta). Intentamos mantener el tipo, pero cada vez se nos nota más que estamos ya hartos de estar allí sentados en plan pegote. Me echaría una siesta, si no fuera por los alaridos del karaoke. Al menos, no somos los únicos aburridos. Poco a poco las mesas se van vaciando, con invitados que desaparecen. De camino a los baños, veo gente tirada a la sombra roncando felizmente. Qué envidia. Los paseos al baño empiezan a alargarse, convirtiéndose en mini excursiones por el pueblo, y en mi turno llego hasta una tienda donde compro unos cacahuetes y unos chips de banana con los que entretener el estómago.

Finalmente localizamos al señor Mang, que va chucísimo y que dice que se va a quedar aquí de fiesta y a dormir la mona, pero que nos acompaña al barco para que nosotros volvamos a casa (a jugar al Kaboo). Es la última noche de Chris y David, que mañana tiran hacia Dien Bien Fu, en Vietnam. Mis siete amigos hacen un grupo de whatsapp para seguir en contacto [Chris y David terminarán reencontrándose con Karina en HoiAn] y pasarse las fotos, pero yo me quedo sin ellas, claro :-/

We don’t have to worry ‘bout nothing, ‘cause we got the fire and we’re burning one hell of a something

El amigo de los argentinos, que se iba ya hoy, nos habló de un trekking que hizo río arriba que terminaba en una cascada. Juan tiene la misma aplicación de mapas offline que me recomendó Edu en Birmania (¡tengo que empezar a usarla!), y efectivamente hay un punto marcado como cascada – en mitad de una gran zona verde, sin ningún camino. Bah, seguro que no puede ser muy difícil de localizar.

Los ocho (las flamencas, los argentinos, los alemanes y yo) cruzamos el río para ir a una tienda de alquiler de bicicletas, y allá que vamos. Por primera vez, las bicis tienen marchas, y en seguida entendemos por qué, nada más llegar a la primera cuesta. Donde antes todo eran risas y carreras, ahora la mitad del equipo se baja y directamente empuja las bicis cuesta arriba mientras echa pestes. Yo mantengo el tipo al subir, buenos turbomuslos, pero bajar es otra historia, que cuesta abajo me embalo que da miedo. Tampoco tardamos en llegar al primer arroyuelo, donde todos se quitan rápidamente sus chanclas, y yo tengo que descalzarme, quitarme los calcetines, cruzar, secarme, volver a calzarme, y seguir. Empieza a ser un poco rollo, sí.

Y entonces, cuando ya llevamos casi una hora de camino, a Juan se le sale la cadena de la bici. Bueno, es cuestión de pringarse un poco, pero la colocamos en su sitio. Y se vuelve a salir. La volvemos a colocar. Y a la tercera no es que se salga: es que se parte. Y para eso ya sí que no hay arreglo, y estamos, cómo no, en medio de la nada. Como parece que aquí está más llano, Juan se dedica a impulsarse y rodar lo que dé de sí la inercia. En un acto de generosidad le ofrezco cambiarle la bici, que siempre será menos grave que lo vaya haciendo yo con mis zapatillas que él en chanclas. Una cosa que mola de los grupos internacionaes sin ningún inglés nativo son los malentendidos lingüísticos. Tenemos un momento gracioso al confundir una city bike (en oposición a mountain bike), con una shitty bike cuando se le rompe la cadena y efectivamente es una mierda.

Para completar la escena, empezamos a ver humo y a oír algo que no sabemos si son disparos o explosiones (tengo un vídeo), y encima parece que vamos directos a su origen. Empezamos a ver zonas carbonizadas, y no sabemos si es un fuego controlado, en plan quemar los campos para cambiar de cosecha (que con la inclinación de la ladera no tiene pinta), operaciones de desbroce y limpieza para prevenir incendios (también se ve humo en la otra orilla), o si es algo completamente fuera de control. Llegamos a donde está el fuego activo, y al menos vemos un grupito de señores trabajando, aunque sigue sin quedarnos claro si en apagarlo o en propagarlo. El caso es que la humareda es importante, y nos dicen que crucemos rápido para salir del paso – lo que no es tan fácil cuando vas en la bici sin cadena, vaya.

Y cuando ya no nos acordábamos ni de a dónde íbamos, llegamos a un pueblo de casitas de bambú trenzado. ¡Bien, una tienda, agua, agua! Pues no, no hay agua. Cerveza caliente, o cocacola caliente, al gusto. Aún así, después del ejercicio y el calor, lo mismo nos da, caen con ganas.

Aparcamos las bicis, y preguntamos por la cascada, a lo que nos señalan un camino. A los pocos metros hay una especie de puesto que anuncia «guía a la cascada, 50.000». Pasando de pagar, y total, no hay nadie. Además, el camino viene muy bien marcado. Bordeamos un par de campos con búfalos de agua, y entonces el sendero se bifurca. Mirando el mapa, vamos a probar por aquí. Avanzamos un poco más, y una nueva bifurcación. Y otra. Y ya no parece que vayamos en la dirección correcta. Antes de perdernos del todo, decidimos dar media vuelta, y contratar un guía – que nos lleva exáctamente por el mismo camino por el que íbamos, sólo había que tener un poco más de paciencia. Eso sí, pasados los campos se mete en el bosque-jungla, y ahí ya sí que se agradece que alguien conozca el camino. Big jungle!, nos dice todo el rato.

¡Y por fin llegamos a la cascada! No tiene mucha agua, pero por supuesto nos metemos a remojo, que además hay una casetilla de bambú para cambiarse de ropa, de lujo. Tenemos otro momento lingüístico en que descubrimos que ninguno sabemos decir «liana» en inglés, pero por suerte en alemán es Liane, y en flamenco liaan. Así da gusto hablar idiomas. Estamos un buen rato descansando, hasta que el guía nos dice que hay que volver porque se hace tarde, que ya son más de las cinco.

Volvemos a las bicis, y nadie parece muy entusiasmado con la idea de pedalear otra vez todo el camino de vuelta mientras se nos hace de noche (queda poco más de una hora de luz), y eso que ellos pueden pedalear; no voy a ser yo quien insista, claro. Así que se nos ocurre un plan B: bajar al río, y preguntar a ver si algún barco nos lleva a casa. El precio es bastante abusivo, y la mitad de la gente no tiene suficiente dinero encima, pero siendo realistas no tenemos más opciones. Menos mal que por aquel entoneces yo aún era rico. Y al menos la vuelta en barco es muy bonita (y se agradece poder ir sentado).

Pero la historia no termina todavía aquí. Ya de noche vamos a la tienda a devolver las bicicletas, e intentan decirnos que tenemos que pagar por la cadena. ¡Anda ya! Pero si me has alquilado una bici rota, me has estropeado mi excursión, y encima he tenido que volver en barco pagando extra. ¡En todo caso serás tú quien tiene que indemnizarme a mí! Y entonces el dueño (que no estaba esta mañana) nos mira, y nos pregunta que dónde nos alojamos, y al decírselo se echa a reír: es también el dueño de nuestro hostal, el tipo con el que hablamos por teléfono. Dice que cuando le llamaron estaba intentando dormir la mona de todas las fiestas de año nuevo, y que no sabía de qué le hablábamos y sólo quería volverse a la cama, así que nos dijo que sí a cualquier precio con tal de que le dejáramos en paz (1). Dice que le estamos arruinando el negocio, pero que le caemos bien, así que si mañana no tenemos otro plan, estamos invitados a la boda de su prima XD

(1) Chris y David me preguntan discretamente en alemán que cuánto estamos pagando por la habitación, que no llega a un tercio de lo que pagan ellos. Intentan disimularlo, pero lógicamente no les sienta muy bien.