So put some spice in my sauce, honey in my tea, an ace up my sleeve and a slinky plan B

Jojo y Palmer se quedan en Luang Prabang, esperando a que pasen los festivos y abra el consulado de Tailandia, para pedir un visado de tres meses, que van a hacer un voluntariado. Eef y Elisabeth van a ir a un pueblecito en el norte, junto a un río, que se supone que es muy bonito. Yo estoy pendiente de ver si el tiempo mejora en Huay Xai y puedo volver a hacer lo de las tirolinas, así que mientras tanto me apunto a ir con ellas, por qué no.

Y estamos esperando en la estación de autobuses, cuando aparece un tipo y me pregunta que si sé cuál es el bus a Nong Khiaw. Sí, justo el nuestro, llega en 20 minutos. Ah vale, muchas gracias. A lo que Eef me pregunta que qué me ha dicho. Y entonces caigo en que me ha hablado directamente en español. Que a ver, hablando inglés tengo mi acento, pero nunca me había pasado que me abordaran con tanta seguridad. Me acerco a preguntar, y me dice que es que ya hablamos hace un par de días, cuando llegué a Luang Prabang y andaba buscando hostal. ¡Anda, es verdad! Una pareja de argentinos, Juan y Delfi, ahora con su amiga Karina.

El autobús en verdad es una furgonetilla de esas incómodas de romperse el cuello donde vamos todos apretados con otra media docena de personas. Llegamos al pueblo justo a la hora de la siesta, y no se ve a nadie en las calles. Finalmente encontramos un hostal donde hay una mujer, pero que saca un teléfono y llama a alguien para que hable con nosotros. Con mucho descaro, Juan le dice que puesto que somos muchos, nos tiene que hacer un descuento en las habitaciones, y tras un breve regateo, consigue tres dobles a muy buen precio (y comparto habitación con Karina).

Salimos a intentar buscar algo de comer (está todo cerrado), y los argentinos avisan a un amigo que tienen aquí que es el que les ha dicho que se vengan porque es muy bonito. Nos damos una vuelta por el pueblo, que sólo son dos calles y el puente sobre el río, pero las vistas de las montañas son preciosas.

Para la cena también damos mogollón de vueltas, hasta que terminamos en el único sitio abierto: un restaurante hindú. Pido un chicken korma, que suele ser un curry dulce con leche de coco, pero no se parece en nada. Además, ¿por qué es la comida hindú tan cara en otros países, cuando en India se supone que está tirada?

Volvemos a casa, y aprovechando que Juan tiene cartas, nos ponemos a jugar al Kaboo en la terraza de las habitaciones. Con seis personas es divertidísimo, porque cuesta mantenerse atento a todos los cambios de cartas y conseguir recordar cuáles son las tuyas – y donde acaban según te las van robando. Hay mogollón de errores y equivocaciones, y somos unos escandalosos con las peleas, los golpetazos sobre la mesa, y las risas. Tanto, que al final suben los vecinos de abajo – a preguntar que si se nos pueden unir, que suena muy divertido 🙂

Son Chris(tiane) y David, una pareja de alemanes muy graciosos, y que lo flipan con nosotros. Para poder jugar los ocho tenemos que juntar dos barajas de cartas, y ahora sí que el descontrol es total. Además, tenemos un momento revelación de esos de «si hay que darle la vuelta al mazo, es que ya han salido todos los comodines, y eso significa alguien los tiene guardados», y empezamos a robar y levantar cartas a lo loco. Terminamos llorando de la risa y nos dan las tantas de la mañana, en una noche muy memorable 🙂

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